Un fin de semana pintando y explorando

arte

Siempre he amado el arte, pero entre el trabajo y la rutina, a veces siento que mi creatividad queda en segundo plano. Por eso, decidí hacer algo distinto: un viaje dedicado a reconectar conmigo misma y con mi pintura. No se trataba solo de cambiar de paisaje, sino de permitirme explorar, observar con nuevos ojos y dejar que cada rincón me inspirara.

Elegí un destino que me llamara muchísimo la atención, preparé mis acuarelas y partí sin expectativas, solo con el deseo de disfrutar el proceso. No soy una experta, pero esa era justamente la idea: soltar el miedo al resultado y dejar que cada trazo fuera una respuesta espontánea a lo que veía y sentía.

Si tú también amas el arte y sientes que necesitas un respiro, este tipo de viaje puede ser una experiencia maravillosa. No importa si pintas, dibujas o simplemente te dejas llevar por la creatividad en otras formas. Se trata de salir de la rutina, explorar sin prisa y darle espacio a lo que realmente te apasiona.

A veces, un simple cambio de escenario es justo lo que necesitamos para reencontrarnos con nuestra esencia.

 

Antes que nada, había que elegir el destino

Para este viaje, quería un lugar con paisajes bonitos, pero que también fuera tranquilo.

Después de buscar opciones, me decidí por un pequeño pueblo costero. No quería una gran ciudad con mucho ajetreo ni un destino turístico demasiado concurrido. Quería un sitio donde pudiera caminar, encontrar rincones inspiradores y sentarme a pintar sin interrupciones.

Elegí un destino al que pudiera llegar en pocas horas en coche, porque la idea era aprovechar el fin de semana sin gastar mucho tiempo en el trayecto. Si prefieres el tren o el autobús, también puede ser una buena opción.

Lo importante es que el viaje sea fácil y relajado para que llegues con energía para pintar.

 

Era hora de preparar los materiales que iba a llevarme

Siempre suelo contactar con algunos profesionales de la pintura, como Arte Spary, para asesorarme y conseguir las pinturas que necesito, porque, evidentemente, saben más que yo.

Al ser un viaje corto, llevé solo lo esencial:

  • Un cuaderno de acuarelas de tamaño mediano (lo suficientemente grande para pintar cómodamente, pero no tan grande como para ser incómodo de transportar).
  • Un set de acuarelas en pastilla (más práctico que los tubos de pintura).
  • Pinceles de agua (tienen un depósito en el mango, así no necesitas llevar un vaso con agua).
  • Lápiz y goma para hacer bocetos previos.
  • Un paño pequeño para limpiar el pincel.
  • Un estuche para guardar todo y evitar que se pierda en la mochila.

Si prefieres otro tipo de pintura, como acrílicos o gouache, puedes adaptar la lista.

Lo importante es llevar lo justo para no ir demasiado cargado, pero sin olvidar lo esencial.

 

Día 1: Exploración y primeros bocetos

Llegué al pueblo temprano en la mañana y lo primero que hice fue dar un paseo para conocerlo.

Caminé por el centro, miré las casas antiguas y visité el mercado local. Me encanta observar los colores de los edificios, los detalles de las puertas y ventanas, y la forma en que la luz cambia todo a lo largo del día.

Después de recorrer un poco, encontré una cafetería con una terraza tranquila y me senté a pintar. Primero hice un boceto rápido de la vista que tenía delante. No se trataba de hacer una obra maestra, solo de captar el momento. Cuando viajas y pintas, te das cuenta de cosas en las que normalmente no repararías. Los colores de las sombras, la textura de las paredes, el reflejo del cielo en los charcos… todo se vuelve más interesante.

 

Almuerzo y más inspiración

Después de un rato pintando, fui a almorzar a un restaurante pequeño con vistas al mar. Mientras esperaba la comida, aproveché para hacer otro boceto rápido, esta vez de la gente en las mesas de al lado. Capturar el movimiento y la postura de las personas es un reto, pero también una buena práctica.

Por la tarde, caminé hasta un mirador donde la vista era espectacular. Me senté en un banco y pasé un buen rato pintando el paisaje. En ese momento entendí por qué viajar y pintar es tan especial: te obliga a detenerte, a mirar de verdad y a disfrutar del lugar de una forma mucho más profunda.

 

Día 2: Más pintura y detalles finales

El segundo día lo dediqué a perfeccionar algunas de las acuarelas que había empezado el día anterior. También decidí probar algo nuevo: pintar con resina. Había llevado un kit pequeño para hacer un par de llaveros con fragmentos de hojas y flores secas que recogí en mi paseo. Es un proceso más lento, porque la resina necesita tiempo para secarse, pero el resultado fue precioso.

Antes de volver a casa, visité una tienda de arte local donde compré un par de pinceles y una libreta de bocetos como recuerdo del viaje. Me encanta traer souvenirs que realmente voy a usar.

 

Día 3: Explorando la naturaleza

Para este día decidí alejarme un poco del pueblo y explorar la naturaleza cercana.

Había escuchado sobre un sendero costero con vistas impresionantes al mar, así que preparé mi mochila con mis materiales de pintura, algo de agua y un bocadillo, y salí temprano para aprovechar el día.

El sendero era tranquilo y rodeado de vegetación. Caminé sin prisas, deteniéndome cada cierto tiempo para disfrutar del paisaje y tomar notas visuales. A mitad del camino encontré una pequeña cala con rocas y arena dorada. Me pareció el lugar perfecto para sentarme a pintar. Hice varias acuarelas pequeñas, enfocándome en el color del agua y la textura de las rocas. El sonido de las olas y la brisa marina hicieron que el proceso fuera aún más especial.

Después de unas horas, regresé al pueblo y cené en una taberna local. Mientras esperaba mi comida, hojeé mi cuaderno y agregué pequeños detalles a algunas de las acuarelas del día anterior. Fue un día de tranquilidad y mucha inspiración.

 

Día 4: Descubriendo la vida local

Este día quise sumergirme más en la vida del pueblo. Visitar el mercado me pareció una buena idea para encontrar nuevas escenas que pintar. La variedad de colores de las frutas, las flores frescas y las expresiones de los vendedores fueron una fuente inagotable de inspiración.

Después del mercado, encontré una plaza con un pequeño parque donde los niños jugaban y los ancianos conversaban en los bancos. Me senté en un rincón y traté de capturar el movimiento y la energía del lugar. Este tipo de escenas son más desafiantes de pintar rápidamente, pero también son las más gratificantes.

Por la tarde, decidí hacer algo diferente: probar la pintura al aire libre con un grupo de artistas locales que se reunían en una plaza cercana. Fue una experiencia increíble compartir técnicas, aprender de ellos y ver cómo cada uno interpretaba el mismo paisaje de manera única.

 

Día 5: El día de la despedida

En mi último día, quise recopilar todo lo que había pintado y darle un vistazo final antes de regresar a casa. Volví a algunos de los lugares que más me habían gustado para hacer retoques finales en mis acuarelas o simplemente disfrutar del ambiente una vez más.

Al mediodía, encontré una cafetería con una vista hermosa al mar y me senté a escribir en mi cuaderno sobre la experiencia. No solo había disfrutado de la pintura, sino que también había aprendido a observar de una manera diferente.

Antes de partir, pasé por una pequeña galeria de arte local y compré una ilustración de un artista de la región como recuerdo del viaje. Finalmente, con el corazón lleno de inspiración y la mochila con mi cuaderno de acuarelas, emprendí el regreso a casa con la certeza de que repetiría esta experiencia en el futuro.

Este viaje fue mucho más que solo pintar: fue una forma de conectar con el arte, la naturaleza y la cultura de un lugar de una manera más profunda y personal. Si alguna vez tienes la oportunidad de hacer un viaje así, no lo dudes. Te sorprenderá lo mucho que puedes descubrir con solo un cuaderno, unos pinceles y la disposición de explorar.

 

¿Vale la pena un viaje así?

Para mí, sin duda, sí. No solo fue una escapada, sino un reencuentro conmigo misma y con el arte desde un lugar más libre y auténtico.

Alejarme de la rutina me permitió ver con más claridad. Sin las distracciones del día a día, pude escuchar mis pensamientos con calma, entender qué necesitaba y simplemente estar presente. Pintar en un entorno nuevo, sin expectativas ni presión, me devolvió el placer de crear solo por el disfrute, sin juzgar el resultado.

Descubrí que la inspiración no está en grandes momentos, sino en los pequeños detalles que solemos pasar por alto. La luz reflejándose en el agua, la textura de una pared antigua, el movimiento de las hojas con el viento. Observar con atención me ayudó a encontrar belleza en lo simple y a plasmar sensaciones más que imágenes.

Más allá de las acuarelas que llevé de regreso, volví con una sensación de bienestar profundo. Viajar así me recordó que el arte y la vida están conectados, que a veces solo necesitamos un cambio de escenario para ver con nuevos ojos y reencontrarnos con lo que realmente nos llena.

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